lunes, 13 de octubre de 2008

Piriápolis

Me di cuenta que había llegado al lugar no sólo porque mi mirada se perdió en la lejanía de los bosques ilusos que dormitaban sobre las grandes olas terrestres que escondían al horizonte, sino también porque pude escuchar mis pasos sobre las piedras, y a los árboles suspirar melodías secretas que se confundían con la danza del viento. No tuve que decidir hacia donde ir, sino que el mismo lugar parecía indicarme los caminos gastados que debía tomar. Comencé mí recorrida internándome en la serena maleza de los montes, adentrándome en pendientes escondidas. El costado del camino estaba bordeado por casas que parecían observar todos mis movimientos, alertas al nuevo intruso que se atrevía a circular por las venas de aquel territorio. No me atreví a hablarles, pues sus ojos vacíos me inhibían demasiado. Una brisa me desvió de la calle deslizándome hacia los bárbaros pastizales, entre ellos me deslicé en silencio ya que no quería romper el ensueño bajo el cual habitaban los pequeños arbustos. Fui trepando por el cuerpo de uno de los cerros, por momentos sentía que me hundía ya que su estómago, por el cual caminaba, respiraba sutilmente acompañando al movimiento de las ramas de los árboles. Cuando llegué a su ombligo mis pies dejaron de moverse obligando a mi cuerpo a detenerse. Mis ojos inquietos buscaban abarcar todos los rincones de aquella pintura que ante mi se enaltecía. Aquellas pieles verdes de texturas cálidas se abrían a lo lejos para dejar descubrir al horizonte que descansaba sobre las murmurantes aguas plateadas. A los pies de aquel río oceánico habitaban pequeñas casas que se extendían irrumpiendo la verde naturaleza. Pero las mismas parecían tan serenas que compartían la calma del universo y pasaban a ser parte de todo el entorno componiéndolo. En ese instante estaba totalmente sola, pero fue cuando me sentí más acompañada y viva que nunca. Porque me di cuenta que yo era parte de toda esa magia que se extendía ante mis ojos y se escurría aliviando mi alma. Mi cuerpo desapareció y no sentí el peso de mi existencia. Por un momento fui el viento y fui el sol, fui el cielo y fui la tierra. No distinguí las partes, sino que comprendí el todo. Me sentí dentro del mar, ya que el viento trajo con él los lamentos de las olas. Me sentí volar como las gaviotas, debido a que el viento arrastró el sonido de sus aleteos. También sentí el llanto de un alma perdida que caminaba a orillas de alguna playa, ya que sus sollozos envueltos en brisas acariciaron mi alma. Pude escuchar también la respiración de una hormiga que caminaba en algún bosque distante. Y desee pausar el tiempo y por siempre permanecer en ese estado de vigilia, donde no estaba despierta ni dormida. Pero el sol comenzaba a hundirse entre las aguas naranjas y el frío comenzaba a avecinarse llevándose con él el calor del día. Descendí hasta llegar a la playa. Sentada sobre la vereda me quedé observando al sol despedirse y a las primeras estrellas surgir en el cielo. La calle principal que bordeaba la playa estaba vacía, y los locales que observaban la puesta de sol parecían haber sido abandonados por sus propios creadores. Varios árboles habían salido a caminar por la rambla, algunos me saludaban gentilmente, otros me miraban hostiles, rencorosos. Los faroles que se encontraban sobre la vereda uno a uno fueron prendiéndose como lunas amarillas. La oscuridad trajo con ella al aire fresco. Y me quedé allí, contemplando las luces de la ciudad que despertaba encantada bajo el firmamento.











































































No hay comentarios: